OPINIONES – Dr. Eduardo Tassano

jueves, 20 de febrero de 2014

Estrés y riesgo cardiovascular






En este siglo XXI estamos viviendo la epidemia de las enfermedades crónicas no transmisibles. Este grupo está constituido fundamentalmente por las enfermedades cardiovasculares. Además en este grupo está el cáncer, las enfermedades respiratorias crónicas y la diabetes.
A pesar de los adelantos en el campo médico y tecnológico, la incidencia de enfermedades cardiovasculares no ha descendido. Al contrario, representan un avance incontenible.
Hace más de 50 años se han intensificado los estudios sobre las enfermedades cardiovasculares. Y hemos vivido avances extraordinarios en el tratamiento de las mismas. Esos avances han incluido la valoración de los factores de riesgo que se  asocian a la enfermedad cardiaca. 

Cuánto más factores de riesgo tenga una persona, mayores serán sus probabilidades de padecer una enfermedad del corazón. Algunos factores de riesgo pueden cambiarse, tratarse o modificarse y otros no. Pero el control del mayor número posible de factores de riesgo, mediante cambios en el estilo de vida y/o medicamentos, puede reducir el riesgo cardiovascular.

Estos factores de riesgo pueden ser modificables o no modificables. Entre los no modificables tenemos la predisposición genética, el género o la edad y entre los factores modificables tenemos hipertensión arterial, tabaquismo, sedentarismo, dislipidemia (colesterol alto), obesidad, hiperuricemia y el estrés. A este último factor modificable nos queremos referir.

El estrés está ligado al ser humano desde el origen de su existencia como un elemento fundamental para luchar por su supervivencia en el ecosistema, para preservar su equilibrio.

Es la respuesta del organismo de índole física o emocional a toda demanda de cambio real o imaginario que produce adaptación y/o tensión. El estrés puede ser bueno (eustrés) o malo (distrés).
El cambio es el pilar de la evolución de la Humanidad desde hace más de dos mil años.  No se sabe bien por qué las personas reaccionan de diferente manera a los cambios o situaciones.

Los factores provocadores, físicos o mentales activan en nuestro organismo la denominada respuesta de estrés, que es altamente compleja e implica principalmente al sistema nervioso y al endocrino. 
Estos sistemas provocan la liberación de sustancias y hormonas del estrés (adrenalina, noradrenalina, cortisol, aldosterona...), el organismo se pone en guardia y se prepara para la lucha o para la huida: concentra sus energías en el cerebro, el corazón y los músculos en detrimento del resto de órganos.

Estas sustancias, sobre todo la adrenalina y noradrenalina, afectan el sistema cardiovascular: aumentando la frecuencia cardíaca y la presión arterial, aumentando la necesidad de oxígeno del corazón. Esta necesidad de oxígeno puede ocasionar una angina de pecho, o dolor en el pecho, en enfermos del corazón. Estas hormonas aumentan la presión arterial, lo cual puede dañar la capa interior de las arterias. También aumenta la concentración de factores de coagulación en sangre, aumentando así el riesgo de que se formen coágulos internos que pueden tapar las arterias.

El estrés también puede contribuir a otros factores de riesgo. Por ejemplo, una persona que sufre de estrés puede comer más de lo que debe para reconfortarse, puede comenzar a fumar, o puede fumar más de lo normal.

En general se considera que el estrés tiene tres fases en el organismo:

Primera fase: alarma. El individuo se prepara para la acción, ya sea la lucha o la huida como dijimos. Esta fase supone un alto consumo energético. Se activa el sistema neuroendocrino descrito anteriormente. Tras esta fase, el individuo se ha adaptado al cambio y pasa a la fase de recuperación. Si la respuesta de estrés se perpetúa, se entra en la fase siguiente.

Segunda fase: resistencia. El individuo permanece en acción de tal forma que agota sus reservas. El sistema neuroendocrino se torna ineficaz hasta desembocar en la última fase.

Tercera fase: agotamiento. El estrés se convierte en patológico, en enfermedad.
 
Enfermedad cardiovascular

El estrés es considerado el gatillo o disparador de numerosas enfermedades cardiovasculares en individuos susceptibles: isquemia cerebral (ictus) y sobre todo miocárdica (angina de pecho, infarto sintomático o asintomático).

También se asocia a hipertensión arterial y a arritmias malignas. A su vez, potencia el resto de los factores de riesgo cardiovascular.
 
Estrés físico y emocional 

El estrés físico ha sido hasta los tiempos modernos el agente estresor más importante. El ejercicio físico moderado, sin embargo, es fuente de salud física y mental. El problema del ejercicio viene cuando se sobrepasan los límites.

Se ha comprobado que el estrés emocional produce los mismos cambios fisiológicos que el estrés físico.

La relación entre el estrés emocional y ataques cardiacos ha sido establecida hace ya mucho tiempo y ha sido instintivamente aceptada. Pero la verificación de esta presunción se ve obstaculizada porque no existe un test científico para cuantificar el grado de estrés emocional. Por ejemplo, se ha demostrado que existe un aumento del riesgo de infarto agudo de miocardio (doble de lo normal) durante las dos horas siguientes a un episodio significativo de alteración emocional. Cada vez hay más trabajos científicos que han demostrado asociación entre estrés mental y cuadros de isquemia en estudios de evaluación cardiológica.

 Además hay estudios poblacionales luego de catástrofes en las que la incidencia de eventos cardiovasculares está aumentada con respecto a periodos de no catástrofe.
 
Tratamiento del estrés  

Sin dudas que dentro de la complejidad del tema podemos establecer algunas pautas mínimas. En primer lugar lo importante es que el profesional reconozca a la persona que puede tener condiciones en que el estrés la perjudique. Se considera que hay medidas no farmacológicas y farmacológicas.

 Entre las primeras es fundamental recordar que el ejercicio físico, la alimentación equilibrada y el sueño reparador son básicos para solucionar el estrés. Las técnicas de relajación o actividades como el yoga son muy beneficiosas para los pacientes. Entre las medidas farmacológicas,  los profesionales son esenciales en la utilización de beta bloqueantes, ansiolíticos, hipnóticos o antidepresivos, de acuerdo a los casos.

La reacción de estrés fue el elemento que durante milenios acompaño el desarrollo de la civilización. Hoy las respuestas del mismo no son para el tipo de vida que se lleva a cabo y en muchos casos esta reacción termina siendo perjudicial. La búsqueda de estilos de vida más saludables puede a contribuir a mitigar estos efectos dañinos.

 
Autor: Eduardo Tassano  
Máster en Gerenciamiento en servicios y sistemas de salud
Especial para época
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes dejar un comentario!