Aún cuando suele considerarse a la juventud, como sinónimo de salud y bienestar, los jóvenes comprenden el 15% de la carga de morbilidad (incidencia de enfermedad) en todo el mundo y más de un millón mueren cada año, principalmente por causas que pueden ser prevenidas.
El consumo de alcohol de manera constante, conocido como alcoholismo, es una de las causas más usuales de enfermedad y muerte del mundo. Se estima que contribuye en un 4% al riesgo global de muerte en el mundo, incluso por abajo del tabaquismo que contribuye con el 4,1%.
En la mayoría de los países latinoamericanos, el consumo de bebidas alcohólicas forma parte de la vida cotidiana, ya sea como un acto social o cultural. En los últimos años se observa además una tolerancia social para el consumo de alcohol riesgoso, sobre todo cuando el abuso está ligado a situaciones de diversión entre jóvenes de ambos sexos (masculino y femenino). Es decir que el número de adolescentes alcohólicos crece más cada día. El mayor inconveniente es que vivimos en una cultura permisiva con el alcohol, siendo notable el número de mujeres que consumen.
Lo más grave es el mito de que sin el alcohol no se disfruta igual lo que se hace; afirmaciones como: “Una fiesta sin bebidas alcohólicas es aburrida”, sólo perpetúan la falsa creencia de que el alcohol es el que nos permite disfrutar de la vida.
Además de los efectos sociales de su consumo, la intoxicación alcohólica puede causar envenenamiento o incluso la muerte. El consumo intenso y prolongado origina en ocasiones dependencia, o un gran número de trastornos mentales, físicos y orgánicos.
Diferentes patrones de consumo de alcohol, la Organización Mundial de la Salud los clasifica en:
Consumo de riesgo: Es cuando aumenta el riesgo para el bebedor y los que lo rodean, sin que el individuo tenga trastornos.
Consumo perjudicial: Este se produce cuando ya existen consecuencias en la salud física y mental del individuo provocando todo esto daños sociales.
Consumo dependiente: Se da cuando ya existen, en el individuo, un conjunto de fenómenos de conducta, mentales y fisiológicos que pueden aparecer después del consumo repetido de alcohol (dificultad para controlar el consumo, persistencia del mismo, aumento de la tolerancia al alcohol, abstinencia física, entre otros).
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la adolescencia como el período de la vida en el cual el individuo adquiere la capacidad de reproducirse, transita en ese lapso de tiempo, de los patrones psicológicos de la niñez, a la adultez y consolida su independencia económica. Este Proceso se extiende desde los 10 y los 21 años de edad. Así pues, la adolescencia se caracteriza por cambios rápidos y drásticos en el desarrollo físico, mental y emocional, que pueden provocar ambivalencias y contraindicaciones en el proceso de búsqueda de su personalidad. Esto provoca que los adolescentes puedan ser consumidores potenciales de alguna sustancia nociva para su salud.
Por otra parte, es sabido que los jóvenes están más propensos a tomar riesgos y a cuestionar permanentemente todo aquello que fuera enseñado por los adultos.
Aunque algunos padres y tutores pueden sentir alivio de que sus hijos adolescentes “solamente beben”, es importante recordar que el alcohol es una poderosa droga psicoactiva. El alcohol no sólo afecta la mente y el cuerpo muchas veces de manera impredecible, sino que además los adolescentes carecen de las habilidades de criterio y resistencia para manejar el alcohol con prudencia.
El consumo de alcohol durante la adolescencia puede causar un daño en las funciones del cerebro, el cual termina de madurar hasta los 25 años de edad. Asimismo, el individuo que comienza a beber desde adolescente tiene cuatro veces más probabilidades de desarrollar dependencia del alcohol que quien espera hasta la edad adulta para consumir el mismo.
En lo que se refiere a la región de las Américas, la Organización Panamericana de la salud (OPS) refiere que entre los jóvenes del Continente Americano el alcohol es la droga predilecta.
El patrón de consumo típico de alcohol es ingerir grandes cantidades por ocasión de consumo, con frecuencias que oscilan por lo menos de una vez al mes hasta día a día.
En Latinoamérica hay más mujeres adolescentes consumidoras de alcohol, que adultas que cumplen con el criterio de abuso dependencia, lo que sugiere que es un fenómeno más reciente en éstas denominadas menores, en proceso de desarrollo. La edad de inicio en el consumo de alcohol se ha observado que se produce a los 10 o 12 años y en algunos casos a los ocho años de edad, aunque en promedio éste se da inicio a los 14.
Desde el punto de vista biológico, se ha señalado que la mujer presenta una mayor vulnerabilidad biológica al alcohol, debido a que su funcionamiento hepático tiene menos posibilidades de metabolizar el alcohol en comparación al funcionamiento del hígado del hombre; es por eso que con menos o la misma cantidad de alcohol ingerido, una mujer presenta mayor cantidad de alcohol en la sangre.
Algunas de las consecuencias a la salud, asociadas al sexo femenino, son: enfermedades hepáticas, enfermedad cerebral, cáncer de mama, enfermedad coronaria, hipertensión arterial, enfermedad ulcerosa del estómago, depresión, angustia, ansiedad.
De la misma forma, el consumo excesivo episódico, definido como cuatro o más tragos, es decir estándar para la mujer, es un patrón de uso de alcohol asociado con mayores daños físicos y emocionales, incluyendo violencia, accidentes, embarazos no planificados, sexo sin protección y enfermedades de transmisión sexual.
Diversos expertos coinciden en que los adolescentes consumen alcohol por varias razones: El pasar un buen rato, experimentar, relajarse o aliviar las tensiones, también el consumo se da, en múltiples ocasiones, por presión de los amigos o compañeros. Se sabe que los adolescentes que crecen con padres que los apoyan, vigilan y hablan con ellos tienen menor probabilidad de consumir bebidas alcohólicas.
Las mujeres con problemas de consumo de alcohol habían sido antiguamente un sector pequeño de la población; sin embargo, esto ha ido cambiando con el tiempo y hoy en día sólo quedan vestigios de lo que fue un estigma en el siglo pasado: Ser “consumidora de alcohol”.
Al ser la adolescencia una etapa caracterizada por condiciones emocionales, ambivalentes y deficientes en lo que a la toma de decisiones se refiere, el riesgo de caer en problemas de adicciones como el consumo de alcohol es mayor.
Por otra parte, el enfoque del género es de suma importancia, ya que las características biológicas de la mujer la colocan en una situación especial de desventaja en cuanto a un riesgo de deterioro en el estado de salud.Las organizaciones, los estados y las familias deben abordar este flagelo y trabajarlo como una política de Estado.Autor: Eduardo Tassano Máster en gerenciamiento en servicios y sistemas de salud Especial para época
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